domingo, 29 de marzo de 2009


La espalda, el lugar donde las broncas y las llantinas se anudan, la sangre desplazada origina ese dolor que me abraza por la cadera, y la voz ronquísima y una pizca de fiebre...


Raro fin de semana. Urgencias, una mujer iba a dar a luz.

Así que alguien es mamá.

Me cuesta escribir. El trabajo, el quirófano, el dolor. El dolor lo cambia todo. El teléfono despierta un latido anómalo y me tiembla el párpado del ojo izquierdo. Es la otra persona que me llama. El corazón siente puntitos de luz como los que aparecen ante los ojos irritados, colirio, décimas y mi cuerpo curvándose en cualquier silla. Qué malas de sentar son las preguntas.

No paran quietas.

Amor, miedo y cinismo febril sin respaldo. Pásame el agua, un vasito de cristal, siento carbón en las cuerdas vocales. El bebé estará dormitando y mis nanas se caen, sangran, tengo voz de mujer enferma y casi tiro el vaso.

Hay algo en mi cabeza que no se sostiene. Tal vez soy un tentetieso. No sé si me estoy dejando llevar por alguna corriente marina, si el pelo me crece demasiado, si me siento como se sienten las algas, las medusas, si simplemente experimento el cansancio de los peces.

No sé si dormitar.

Floto.

Y mañana lunes apareceré en la playa, tendré que levantarme y recorrer ciento tres puestos de helados, preguntar a los turistas, recoger veinte toallas... Dios, cuánto trabajo.

Huelo a medicinas. Floto. No sé si dormitar.

Al menos, hoy he lavado casi todos los platos.

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