Hoy me cuesta bastante escribir


Llegué a creer que era una cuestión de prejuicios.
No siempre. En un principio achaqué a la mala calidad de los textos el que me aburriera tantísimo leer sobre sexo, leer sobre drogas, leer sobre cuestiones escatológicas, abiertamente morbosas o de obvia brutalidad... creí que había textos cuyos autores sí sabían hablar de esas cuestiones, que podían conmoverme mediante las raras y valiosas palabras que tratan con acierto ese difícil (así se me antojaba) material.
Pero no lograba encontrar a quien me conmoviera hablando con rudeza de lo pornográfico, o de toxicidades marginales, mezcla de drogas, miseria malhablada y nihilismo soez, barato, pueril en lo asqueroso. Ni los colocones beats, ni Céline y sus infectos urinarios, ni Henri Miller y sus putas sifilíticas, ni Bukowsky y sus mantras de coños y agujeros del culo, nada.
Entonces llegué a creer que era una cuestión de prejuicios.
Un día dije: “Pero, ¿a quién le importa cómo mea fulanito, a quién le impresiona o le conmueve cómo jode tal o cual personaje, tanto detalle narrado con lenguaje de adolescente salido y romo? ¿No es toda esta murga algo caduco, ajado, falto ya de cualquier utilidad, sentido y pertinencia... no es algo, pues, mortalmente aburrido?” Y alguien me contestó: “Eso que dices puede aplicarse a cualquier tema sobre el que se escriba”.
Entonces llegué a creer que era una cuestión de prejuicios.
Y llegó ese libro de Marguerite.
Durante tres páginas, Duras describe a un hombre recién llegado de un campo de concentración (“treinta y ocho kilos repartidos en un metro setenta y siete”) Y nos habla del horror de su mierda. Mierda que salía de un cuerpo llegado del infierno nutricio. Del infierno. “Lo sentaban en un bacín en cuyos bordes habían colocado un cojincito para que no se hiriera”. Tres páginas que dejan herido el cuerpo, páginas con palabras de una explicitud que no alcanzo a comunicarte, que ni siquiera me atrevo a sacar de contexto. Porque alteraría todo su poder de conmoción.
Entonces supe que no era una cuestión de prejuicios. Que tres páginas hablando de la mierda me habían dejado temblorosa, emocionada hasta mis atónitos huesos. Me desperté en un nuevo lugar desde el que avisté de un modo diferente el acto que tal vez más ocultamos, en la vida real, a los sentidos de nuestros congéneres.
Termina Duras:
“Quizá fuera el bazo lo que le salía del cuerpo, o el corazón. Pues, en fin, ¿qué era aquello? Quienes pongan mala cara en el momento mismo en que leen esto, a quienes les revuelva el estómago, yo me cago en ellos, les deseo que se encuentren en su camino, un día, un hombre cuyo cuerpo se vacíe así por el ano, y deseo que este hombre sea el que consideran más bello, más amado y más deseable. Su amante. Les deseo un infortunio como ése”.
Entonces supe que hace tiempo tuve razón. Es una cuestión de calidad. Pero no se puede pedir el baile de Duras a tanto mono que pierde el culo por dar saltos.
I
La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden estar fundadas en la utilidad común.
II
El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.